jueves, 30 de septiembre de 2010

Saquen sus propias conclusiones.

Triste historia con bello inicio. Nacistes en libertad, feliz, junto a tu familia, en un buen lugar donde eras tratado de maravilla, como un rey, como el más noble ser de la faz de la tierra. No conocías nada más allá de tu bonita casa, de tu bonita familia y de tu perfecta vida. Libre y feliz. ¿Qué más podrías pedir?
Un día conocistes a un bella dama que te miraba desde su ventana, una hermosa mujer que deseabas hacer tuya. Y así lo hicistes, dejastes de ser un niño para convertirte en hombre, y tener tus propios niños. Unos maravillosos años que acabaron el día que ellos te cogieron. Te encerraron en una habitación con luces blancas donde muchos enfermeros con batas verdes hablaban sobre tí, pero en un idioma extraño. Una enorme aguja era sostenida por las manos enfundadas en guantes de latex de un hombre. La aguja se acercaba a tí, aunque tú tratabas de alejarte de ella, buscando escapatoria. Se introdujo en tu piel produciendote un terrible dolor, un insoportable sufrimiento que hizo tu corazón arder.
A partir de ese momento sentistes que tu vida iba a acabar. Que poco a poco se acercaba tu final. Aquella maldita droga te estaba quitando las ganas de vivir, pero en cambio te probocaba una asquerosa hambre de sangre. Tu mujer y los niños sufrieron tu ira, esa ira de plástico que te habían metido en vena. Esa ira ajena, que no era tuya, pero que tú utilizabas contra aquellos que un día amastes, y digo amastes, pues el amor no era entonces un sentimiento que tu alma sucia puediera asimilar.
Te quedastes solo. Con el odio metido en las venas y la soledad atormentando tus escasas neuronas cuerdas, el resto ya no contaban, solo funcionaban con la adrenalina de matar.
Entonces llegó el día que aquellos a los que pertenecía tu destino tenían marcado con una cruz en sus calendarios.
Unos hombres con máscaras te agarraron por los brazos. Tú tratabas de resistirte, pero eran muchos, y podían contra tus mordiscos y golpes.
La cabina del camión donde te metieron estaba oscura, no había ningún tipo de respiradero, unicamente las rendijas de la puerta. Olía a orines y a cerrado. Y tú estabas ahí, muerto de miedo y de rabia, o eso te hubiese gustado, estar muerto, pues lo peor estaba por llegar.
Cuando el vehículo paró te preparastes para arremeter contra lo que se te pusiera delante en cuanto habrieran las puertas. Pero entonces solo vistes otro cuarto tan oscuro como el del que salías, ni siquiera llegastes a ver la luz del Sol.
Tres días con sus tres respectivas noches sin ver nada más allá de ese oscuro zulo donde os amontonabais tú y tus fantasmas. Recuerdos manchados de odio. La sangre se atascaba en tus venas, no corría correctamente, podías notar como el autodesprecio que sentías la hacía coagular dentro de tí.
Pero esos tres días acabaron, esos tres días y esos años de vida.
Un Sol deslumbrante y gritos cuando desesperado salistes buscando la luz a un recinto de muros redondos, donde desde arriba cientos de personas hablaban, reían y te miraban con indiferencia.
Un hombre bien vestido te miraba con superioridad y pose extraña desde el centro del recinto. Tú le ignorabas, querías salir y buscabas una puerta, una escapatoria, rodeando el recinto. Diste un par de vueltas, cuando viste que el tipo se te acercaba con actitud desafiante. Llevaba una navaja en la mano. No entendías nada. Te llamóy tu rabia te obligó a ir. Te acercaste y le encaraste con ira, pero tus manos desnudas no pudieron contra su arma cortante. Te hirió en la cara y gritaste. Escuchaste una ovación de fondo. La sangre escurría por tu cara, y parecía que eso les gustaba a todos aquellos que miranban desde lo alto. No podías creerlo. Era indignante y arremetiste de nuevo, esta vez la navajada fue a los riñones. Caíste al suelo mientras notabas como el color rojo que teñía tu cara por la furia se iba convirtiendo en pálido. Pero no podías parar. Te acercaste, más puñaladas que te devilitaban. Tu cuerpo, con las ropas sucias y rasgadas chorreaba sangre. Tus ojos se tiñeron de rojo. Notabas tus venas vaciándose poco a poco.
Entonces el hombre se alejó hacia el público. Tú estabas tan cansado que no podías ya correr hacia él. Esperastes, deseoso de que el martirio terminara, realmente queriendo morir desangrado, y poder dejar de sufrir. Efectivamente, el martirio estaba a punto de terminar. El tipo había cogido una espada. Sentiste en tus ojos el reflejo del sol en su hoja perfecta. Casi pudiste oir el sonido del filo cortando el aire. El tipo se acercó a ti, y tú a él. Utilizastes tus últimas fuerzas para poder morir con dignidad. Tu cuerno rasgó su traje justo antes de que el acero se introdujera en tu espalda. Y una lágrima corrió por tu mejilla.



Saquen sus propias conclusiones.

2 comentarios:

  1. ¿Habla de la vida de un toro, verdad?

    (Deinol_Dani@hotmail.com)

    ResponderEliminar
  2. Sí, trata sobre el maltrato animal en general, tanto en las corridas de toros como la experimentación con animales.

    ResponderEliminar